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viernes, 7 de agosto de 2009

Luz del camino

Tengo este sueño para seguir andando.

No siento dolor, no quiero sentirlo,
ni el sol ni la nieve, en el nublado horizonte.
Unos fortalecen sus brazos, no su corazón,
otros enriquecen sus manos, no su corazón.

Tengo esta Luz para seguir andando.

No siento ni sed ni hambre en el camino,
ni el viento ni la lluvia golpean mi cansado cuerpo.
Entre olivos y peñascos me siento.
Miro el universo, el cielo y las nubes.

Tengo este sueño para seguir andando.

En silencio voy por el sendero ya andado,
y busco mi nombre en el basto laberinto.
Miro las piedras y las ramas,
miro de dónde sopla el viento.

Tengo esta Luz para seguir andando.

Me acerco al centro de la noche,
entre luces sigo la huella de la Luz.
Unos nutren su cuerpo, no su corazón,
otros adornan su cuerpo, no su corazón.

Tengo este sueño para seguir soñando:
Un río, una montaña, un árbol,
para reposar junto a ellos mi viaje.
Marchitados quedan los caminos mal andados,
tristes las huellas mal dejadas.

Tengo esta Luz para alumbrar mi casa,
la tuya, la nuestra, la casa que llevamos dentro.
Desde una piedra abracemos el sueño que tenemos,
desde otra, dejemos que la Luz abrace nuestro cuerpo.

Paris, 28-07-2009



sábado, 13 de junio de 2009

El oro negro (Amazonia en peligro) I

Quien busca el oro, siembra la muerte

Entre árboles y ríos muertos
suena humillada la voz del campesino,
del hombre que vivió,
olvidado entre ramas y ríos.

Quien busca el oro, busca la muerte

Suena la bala mortal
en el pecho del hombre y su miseria.
Herida está la selva
rodeando con su aliento
al cadáver del camino.

Quien busca el oro, siembra le muerte

Suena el río, rumoroso y duro:
es un llanto que lo empuja hacia el mar.
Suenan los árboles gastados de amargura:
son pájaros que aterrados buscan una pluma,
o se arrancan unas plumas
para curar la herida de un hombre,
de aquél que murió por defender sus nidos.

Quien busca el oro, busca la muerte.

Suenan los caminos
de charcos y de sangre ya cubiertos.
Y las entrañas de la tierra
mueven los ríos, las montañas y los mares.
Caen las hojas de los árboles tan viejos:
son pesadas lágrimas
que expresar no puede la tierra.

Quien busca el oro, siembra la muerte.

Exterminados quedan los caminos
aquellos que construyó el hombre acribillado.
El cadáver engendrará un árbol
y el árbol un hombre
para sembrar la paz en el camino
y proteger bajo la infausta lluvia,
la vida de los pájaros sin nido.

Quien busca la paz, busca el camino.

París, 10-6-09

sábado, 25 de abril de 2009

De: El huerto y el Olvido

Yo no soy otro que yo mismo. No sé si este amanecer me pertenece. Sin cuidado abro la ventana para ver el tiempo que hace afuera. Apenas me siento vivir y continúo, paso a paso hacia donde debe ser posiblemente mi fin o mi destino. Hay un pensamiento que me viene, me posee y me devuelve a la real circunstancia de mis ojos. Palpo mi existencia. La amargura de los días no me cuenta cómo he de saltar, evitar los obstáculos que me esperan. ¿Qué piedra o árbol distinguiré como única señal para encontrarte? Esta sed de tiempo me devora. Estiro mis brazos para alcanzar la rama que me salve y nada. Un día me ausentaré para siempre. Correré hacia los prados, hacia las dunas, hacia los mares. Buscaré el silencio y no lo encontraré. Mirando el alba me perderé en el crepúsculo del tiempo. Me olvidarán las hojas y no me olvidarán las raíces de las hojas. Yo no espero nada, yo no espero a nadie.

lunes, 6 de abril de 2009

La Sombra

La sombra en la sombra camina:
busca su hueco, su figura, su cuerpo.
Todos la miran, la espían con ojos transparentes;
la huyen y la buscan entre muros y desechos.
Suena un río, y en el río la sombra se detiene,
mira su rostro arrugado por la noche.
Ellos están ahí, siguiendo la sombra y su reflejo.
Unos van por la hierba, otros por el agua.
La sombra y el hombre son una huella:
habitan el tiempo y el olvido.
Todos gravan con esfuerzo su nombre.
Cansada la sombra cruza el calmado río,
lava sus atuendos en la orilla que buscaba.
Seca su rostro con ásperas arenas.
Ellos la miran y no le dicen nada,
ni gestos ni ruidos le procuran,
sólo quieren que se aleje,
entre la orilla y la niebla,
para comer tranquilos.
¿De quién será la sombra que allá camina?,
murmuran el viento y las hojas.
Ellos la huyen, la esquivan,
la empujan y la jalan por el nefasto día.
En el silencio de la noche
hay un camino que guarda los recuerdos;
otro, la sombras y los sueños.
Queda el tiempo y los restos
que dejando va la sombra en el camino:
una huella, un grito, un sueño.

París, 4-4-09

domingo, 22 de febrero de 2009

Poemas de Ecos de la Memoria


Poema 1

Gracias quiero dar al Creador
de la luz y de la Lluvia
por este Ser que Soy y que pervivo
en la Escritura

Gracias doy a la Escritura
de mis ojos también a la lectura
de la vida que doy con la ventura
de la música y la partitura


Poema 2

¡Señor, hasta cuándo vivirán
los duros corazones,
hasta cuándo el hombre dejará de ser Hombre!
¡Ay!, pero Dios, sabed, mirad aquí,
la miseria del hombre tiene patas,
tiene patas la miseria del hombre,
en su dolor tiene rabia.

El hombre es un perfecto dios del Hombre
.

Poemas de: Ecos de la Memoria, Lima, Código 222 Editorial, 1988, 55 p.

sábado, 17 de enero de 2009

Por la Paz del Mundo

Hermano, por este camino solitario: la tierra,
¿cómo ser malo yo contigo y tú conmigo,
si tenemos la hierba, el agua tan escasa,
la luz tan pobre y tan vieja?
¿Para qué destruir lo que tenemos:
la vida, la tierra, la paz, el aire,
todo esto que heredamos del Señor?
Aquí estamos, solos,
cavando nuestra tumba cotidiana,
rasgándonos la piel con la mirada.
Allá en el fondo oscuro hay una Luz, un Camino,
busquemos esa Luz, para mirar lo que no vemos,
por este camino solitario que cruzamos.
Nosotros, los habitantes de esta tierra,
somos la sombra y la espalda de la sombra,
esta sombra que se nutre de sed y silencio,
entre el fuego, el polvo y la ceniza.
Busquemos el mar, la primavera de la vida,
para ver cómo brota de la semilla las hojas,
para oír el ruido del agua que recorre
prados, montañas, valles y desiertos.
Somos nosotros, la paz, no la guerra;
el amor, no el odio;
el recuerdo, no el olvido,
y así caminamos como niños por el mundo,
cansados, agotados por el hambre y el dolor.
Busquemos la sombra en la sombra,
el árbol de la sombra, y la sombra de los árboles,
que silenciosos resisten como las piedras
al viento, al frío, al sol.
Busquemos siempre la paz en nuestros pechos
para cobijar a nuestros hijos, amigos y enemigos.
El tiempo es apenas un instante;
en él soñamos que soñamos sueños,
hermosos sueños para ver el agua,
los campos, las montañas y la vida.
Allí está el mar, herido; como la tierra, herida.
Volvamos a mirar el fondo de nosotros
y caminemos hacia la Luz, hacia la Paz,
por este camino solitario: la tierra.

París, 17/1/09