Yo no soy otro que yo mismo. No sé si este amanecer me pertenece. Sin cuidado abro la ventana para ver el tiempo que hace afuera. Apenas me siento vivir y continúo, paso a paso hacia donde debe ser posiblemente mi fin o mi destino. Hay un pensamiento que me viene, me posee y me devuelve a la real circunstancia de mis ojos. Palpo mi existencia. La amargura de los días no me cuenta cómo he de saltar, evitar los obstáculos que me esperan. ¿Qué piedra o árbol distinguiré como única señal para encontrarte? Esta sed de tiempo me devora. Estiro mis brazos para alcanzar la rama que me salve y nada. Un día me ausentaré para siempre. Correré hacia los prados, hacia las dunas, hacia los mares. Buscaré el silencio y no lo encontraré. Mirando el alba me perderé en el crepúsculo del tiempo. Me olvidarán las hojas y no me olvidarán las raíces de las hojas. Yo no espero nada, yo no espero a nadie.
Díjole Judas, no el Iscariote : « Señor, ¿qué ha pasado, que vas a manifestarte a nosotros y no al mundo ? ». Respondió Jesús y le dijo : « Si alguno me ama, guardará mis palabras y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos mansión. Quien no me ama, no guarda mis palabras ; y la palabra que oís no es mía, sino del Padre que me ha enviado». Evangelio de San Juan
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sábado, 25 de abril de 2009
lunes, 6 de abril de 2009
La Sombra
La sombra en la sombra camina:
busca su hueco, su figura, su cuerpo.
Todos la miran, la espían con ojos transparentes;
la huyen y la buscan entre muros y desechos.
Suena un río, y en el río la sombra se detiene,
mira su rostro arrugado por la noche.
Ellos están ahí, siguiendo la sombra y su reflejo.
Unos van por la hierba, otros por el agua.
La sombra y el hombre son una huella:
habitan el tiempo y el olvido.
Todos gravan con esfuerzo su nombre.
Cansada la sombra cruza el calmado río,
lava sus atuendos en la orilla que buscaba.
Seca su rostro con ásperas arenas.
Ellos la miran y no le dicen nada,
ni gestos ni ruidos le procuran,
sólo quieren que se aleje,
entre la orilla y la niebla,
para comer tranquilos.
¿De quién será la sombra que allá camina?,
murmuran el viento y las hojas.
Ellos la huyen, la esquivan,
la empujan y la jalan por el nefasto día.
En el silencio de la noche
hay un camino que guarda los recuerdos;
otro, la sombras y los sueños.
Queda el tiempo y los restos
que dejando va la sombra en el camino:
una huella, un grito, un sueño.
París, 4-4-09
busca su hueco, su figura, su cuerpo.
Todos la miran, la espían con ojos transparentes;
la huyen y la buscan entre muros y desechos.
Suena un río, y en el río la sombra se detiene,
mira su rostro arrugado por la noche.
Ellos están ahí, siguiendo la sombra y su reflejo.
Unos van por la hierba, otros por el agua.
La sombra y el hombre son una huella:
habitan el tiempo y el olvido.
Todos gravan con esfuerzo su nombre.
Cansada la sombra cruza el calmado río,
lava sus atuendos en la orilla que buscaba.
Seca su rostro con ásperas arenas.
Ellos la miran y no le dicen nada,
ni gestos ni ruidos le procuran,
sólo quieren que se aleje,
entre la orilla y la niebla,
para comer tranquilos.
¿De quién será la sombra que allá camina?,
murmuran el viento y las hojas.
Ellos la huyen, la esquivan,
la empujan y la jalan por el nefasto día.
En el silencio de la noche
hay un camino que guarda los recuerdos;
otro, la sombras y los sueños.
Queda el tiempo y los restos
que dejando va la sombra en el camino:
una huella, un grito, un sueño.
París, 4-4-09
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